martes, 17 de octubre de 2017

Quiso el destino que mi abuela decidiera procrear con mi abuelo y no con el marido que le correspondía por ley y costumbre. Y quiso bien ese destino porque sino mi vida quizá no existiría o sería muy distinta. No me hubiese gustado ser la nieta de un sindicalista burócrata más del lado de los empresarios que de los trabajadores. En cambio, estoy orgullosa de ser la nieta de un abogado que, aunque igual peronista,  defendía a los trabajadores, como muchos de mis compañeros de Correpi a quienes admiro y estimo por su labor cotidiana y su lucha abnegada.
Quiso en este caso el destino, o la cabeza dura de mi abuela, que yo tenga una familia en donde se discute y se critica, bien o mal, la política. Pero en mi caso, por obra y gracia de Marx y el rocanrol que me llevó a él, crecí zurdita y con ganas de dar vuelta este mundo de sopetón y completito y no por partes como Jack el destripador y otros tantos blasfemios más reales. El cielo por asalto si es preciso. De raíz y como las curitas, o como la cera depilatoria.
Y a mi abuelo, Don Eduardo para los del campo, Lalo para amigos, el abuelito pelado para mí y para mis hermanos, lo llevo cada día en esa contienda que es la vida, me acuerdo en cada logro y cada  pasión en la que arremeto. Aunque éramos distintos en muchas cosas lo importante es, como en el marxismo, el método, y nuestro corazón era metodológicamente parecido. Por eso el tiempo deliberadamente compartido, y que el final nos encontró juntos. Porque no te iba a soltar así nomás.
Extrañarte es siempre igual. Porque el día de tu cumpleaños y el aniversario de tu fallecimiento son solo días en los que te evocamos adrede. Pero para mi todos los días estás, inevitablemente.
Anda preparándote desde ahora para cuando vaya para allá, porque te llevo charlas y debates. Y un abrazo por supuesto. De esos largos y sentidos que no se olvidan más. 

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